viernes, 10 de julio de 2009

Como chofer de combi

Los ojos inyectados, como si fuese el fruto de una mala noche, se posan con violencia sobre la pantalla del computador. Con furia observan el puntaje y no, “no es suficiente, una vez más”, se dice el dueño de los ojos; y nuevamente, sin recordar ya cuantas veces, vuelve a reiniciar el juego. “Una vez más y lo apago”, se repite sin convicción.

Los dedos sobre el teclado y la vista en la pantalla. Ya lleva más de tres horas intentando batir su propio record, porque según el ranking, tiene a seis amigos por encima suyo y eso no puede ser posible.

Y pensar que todo empezó como un pequeño juego, con una inofensiva invitación a participar de un video juego y sumarse a la nueva fiebre cibernética de convertirse en un virtual chofer de combi, esos pequeños vehículos de transporte público que circulan frenéticamente por las calles de Lima como si compitieran por el premio de la Fórmula 1.

De nuevo frente a la pantalla, nuestro pseudo chófer se concentra mentalmente antes de iniciar de nuevo su frenética carrera para ver a su combi esquivar y saltar, saltar y esquivar taxis, camionetas y otras combis. Mientras se prepara, los músculos de la espalda se van poniendo duros, tensos, y los ojos otra vez, rojos, inyectados.

En su vida diaria es un sujeto apacible, tranquilo, casi tímido que no se busca problemas con nadie y que como casi todos los transeúntes de Lima, odia las combis. Pero ahora está frente a lo que para él son su volante, su acelerador y su trampolín para brincar: las teclas del cursor y la barra espaciadora; herramientas que intento tras intento lo vuelven a la realidad de que todavía no es suficiente, todavía no bate su record y debe intentarlo “una vez más”.

Recuerda que la primera vez fue un simple juego, un “vacilón” nada más; pero luego vio el listado de competidores, los nombres de otros amigos que como él, habían caído poco a poco en las redes del video juego, del antes pasatiempo y ahora ¿vicio?

Con la tecnocumbia sonando a todo volumen en los audífonos –como en las combis-, nuestro amigo comienza a acelerar y a esquivar a los rivales, moviendo a izquierda y derecha el cursor, pulsando la barra espaciadora para saltar. Primer nivel, segundo nivel. La combi sigue acelerando y nuevamente esquiva y salta sobre más taxis, más combis…y la música sonando a todo volumen en sus oídos –como en las combis.

Tercer nivel, cuarto nivel. Los puntos acumulados van subiendo, la música sigue sonando –mezcladas con los gritos de su cobrador de combi virtual-, y él sigue firme al “volante”, con el “acelerador” a fondo, sin miedo, sin importar los choques, o sí, importando los choques porque le restan tiempo y él no puede detenerse.

Quinto nivel, sexto nivel. Los músculos se van poniendo más tensos y su cuerpo, al principio apoyado sobre el respaldar de la silla, comienza a inclinarse sobre la computadora, sobre el teclado, con los dedos como tenazas y los ojos cada vez más inyectados, con las cejas encorvadas, observando a la combi saltando y esquivando, esquivando y saltando sobre más taxis, más camionetas, con los puntos subiendo a toda velocidad hacia su propio record.

Pero él es un tipo apacible, tranquilo, casi tímido, y así lo conocen en su casa, su hermanito menor de seis años que lo ve llegar sereno del trabajo, no sabe que al encerrarse en su habitación y encender la computadora, aparece un nuevo hermano que no conoce, muy diferente al de las mañanas.

Séptimo nivel, octavo nivel. La combi sigue corriendo a toda velocidad, la música a todo volumen mezclada con los gritos del cobrador virtual -como en las combis, con un chofer tan acelerado y frenético como el nuestro.

Noveno nivel. Los puntos siguen aumentando, el record se está acercando, y él, cada vez más frenético, no oye otra cosa que la música y los gritos del cobrador, y la combi saltando cada vez más seguido, corriendo cada vez más rápido.

La chapa de la puerta comienza a girar. El pequeño con su cuaderno en la mano quiere mostrarle lo que aprendió en el colegio. Ingresa al dormitorio.

La combi sigue saltando, sigue esquivando, sigue corriendo. Nuestro chofer cada vez más tenso, con la música sonando fuerte en sus oídos. Un nivel más y habrá superado su record. Un nivel más y habrá superado a tres amigos. Un nivel más y…

El niño se acerca, le toca el brazo, le habla, le dice “mira” y le muestra su cuaderno.

“¡¡No!!”, grita el hermano. Lo distrajo, perdió el control, se estrelló. La combi baja la velocidad. Debe retomar y ya perdió tiempo. Los segundos se acaban y no llega al siguiente nivel. “¡¡Por qué me interrumpes!! ¡¡no ves que estoy ocupado!!”, grita frenético. El niño estupefacto, en silencio, sin saber qué decir, no reconoce a su hermano.

En su vida diaria es un tipo apacible, tranquilo, casi tímido, y así lo conocen en su casa. Lo conocen hasta que entra a su cuarto, se encierra, enciende la computadora y, tras ingresar al juego, se transforma, se vuelve iracundo, tenso, con los ojos inyectados, con las cejas encorvadas, con la tecnocumbia en sus oídos a todo volumen, con los gritos del cobrador…violento, como un chofer de combi.

1 comentario:

  1. Bastante interesante como a manera de historia en realidad nos relatas la dependencia de la mayorìa de las personas que estàn (o estamos) en algùn momento enclaustradas en la màquinita esta a modo de vicio o por "trabajo" alguns veces. En fin...me hizo reflexionar y recordar que en verdad uno se puede poner asi en la tensiòn del momento. No juego en la màquina pero quizà si estàs esperando una respuesta o algo importante y te interrumpen pues..estallas!...La modernidad ayuda pero aùn sigue el cuestionamiento: " Si la modernidad ayuda a que todo sea màs ràpido,... por què siempre estamos corriendo?" ´Ni modo..tarea pa´la casa.

    ResponderEliminar