lunes, 20 de julio de 2009

Mi computadora es una cafetera

“Entra a este enlace, te va a interesar”, me invita una amiga a través del Messenger. Sabe que me gusta estar informado y de vez en cuando me envía algún enlace; pero siempre o casi siempre lo hace mientras conversamos en horario de trabajo: ella desde su oficina, yo desde la mía, separados por algunos kilómetros dentro de la Gran Lima. Pero esta vez estoy en mi casa, en horas de la noche y las cosas son distintas.

“Ok, lo voy a hacer”, le respondo. No me atrevo a decirle que “no”, aunque hubiese preferido hacerlo, porque sé que demoraré en darle una opinión sobre lo que me está mandando, como solemos hacerlo en horario de trabajo.

Sabiendo ya de antemano lo que vendrá, presiono el cursor sobre el enlace. Aparece el relojito que me da a entender que ya está cargando la nueva página, que debe empezar a abrirse una nueva ventana…pero esta no aparece.

Aparte del Messenger tengo ya abiertas otras tres ventanas del Explorer: mi correo, el blog y Youtube –es de noche y deseo relajarme. Con esta sería la cuarta ventana del Explorer que tendría abierta…pero no se abre.

Y sigo esperando, y mi amiga ya está preguntando qué me parece lo que envío, y no me atrevo a decirle que todavía no se abre, que mi heroica computadora Pentium 3 con disco duro de menos de diez GB adquirida hace seis años está haciendo su máximo esfuerzo…pero nada.

Sigo esperando mientras veo su ventanita del Messenger parpadear luces anaranjadas como si fuese Navidad. Al fin emerge una ventana, pero totalmente en blanco, porque la bendita página de noticias no quiere aparecer.

Mientras respiro hondamente – la paciencia extrema no me caracteriza-, comienzo a recordar las veces que visitaba la Biblioteca Central de la universidad pública donde estudié. Ubicada al costado del Congreso de la República, era el único lugar donde se podía conseguir Internet gratuito –derecho de estudiante-, allá por el año 1998.

Pero lo barato sale caro.

Como por ese entonces era novato en estas lides de la Internet, no entendía nada de “ancho de banda” o de “tráfico”, a no ser el tráfico catastrófico de Lima.

El trámite era simple: acercarse al responsable de turno, entregarle el carnet de estudiante y dirigirse a la cabina designada arbitrariamente.

Ya sentado frente al monitor, cogía el Mouse para abrir primeramente el correo electrónico. La universidad nos designaba a cada estudiante una cuenta de correo, pero desconfiando de la eficacia estatal, la mayoría se procuraba una cuenta gratuita de esas que abundan en la red.

Sin embargo, debido al “ancho de banda” y al “tráfico”, la ventana del correo demoraba en aparecer. Como cada estudiante tenía derecho a una hora de Internet, era cosa de esperar, total, no podía demorarse demasiado en abrir, ¿no?

¿No podía demorarse?, ¡pobre iluso!

Si algo pude haber aprendido las pocas ocasiones que tercamente fui a dicha biblioteca, fueron las técnicas de relajamiento yoga. De las contadas veces que me senté frente a una de esas computadoras, recuerdo perfectamente una en la cual lentamente fueron pasando los minutos, píxel por píxel fue apareciendo una ventana, pero transcurrió la hora permitida y el correo nunca descargó. Todavía puedo visualizar la ventana con los colores de la página a medio aparecer. Resignado, tuve que salir a alquilar una cabina en la calle para ver mi correo, y como es obvio, nunca más regresé a esa biblioteca.

Ya pasaron diez minutos y la ventana de mi amiga sigue parpadeando, la miro y me pregunto si debo responderle o mejor espero. “Tal vez se aburrió y ya se fue”, me digo, “aunque tal vez sigue conectada”. Así que me animo a responderle y, así me de vergüenza, decirle la verdad: que mi combativa computadora no dio más, que murió en su ley, que intentó todo lo que pudo pero se quedó sin mostrar la página. Acto seguido, le preguntaré qué me mandó.

Con el Mouse firme, presiono sobre su ventanita parpadeante, y ¡zas!… ocurre lo que esperaba desde el inicio: la bendita computadora se colgó. Maximizó la ventana del Messenger, pero esta quedó en blanco, sobre el blanco de la otra ventana del Explorer; y pasmado, observo la pantalla, pues me quedé sin noticia y sin amiga.

Ya desesperado, recurro al último intento: tratar de descongelar la imagen con todas las teclas posibles, con la tecla “control” a más no poder. Pero es inútil. La computadora empieza a sonar, a esforzarse con lo que le queda de fuerza, a vibrar…hasta quedar definitivamente colgada. Ahora estoy sin noticia, sin amiga y con la computadora muerta.

“Ya fue”, me digo. Miro la computadora y de la rabia cojo el enchufe con fuerza y con cólera la desconecto. ¡Total!, ya es inútil intentar cualquier otra cosa. Ella ya me habrá visto “desconectado” y habrán pasado por su mente una infinidad de ideas; las que prefiero no imaginar.

Resignado salgo de la habitación y voy pensando en lo que le diré, porque mañana será otro día, la veré de nuevo desde mi Messenger de la oficina, con mi computadora de 320 GB de disco duro y mayor potencia, y le seré sincero, le diré que esta noche no pude ver su enlace, que seguramente era interesante, pero no pude abrirlo, que tal vez, con un hipotético aumento de sueldo podría comprarme una lap top, algo más decente, porque aunque no lo crea, por computadora, tengo algo que más parece una cafetera.

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